Ladislao Hernández
El Real Madrid sigue encaramado al primer puesto gracias al Cabezón de Camas, ese virtuoso de la gomina y el tatuaje que ha dedicado su gol a las familias de las víctimas del Chapecoense, tras el desgraciado accidente de esta semana pasada. ¿De verdad que las familias de las víctimas merecen un cabezazo de Sergio Ramos? Podía dedicárselo a Di Stéfano, a Juanito, a un socio recién fallecido, a un niño enfermo que viste la camiseta del Madrid o a cualquier otro madridista orgulloso, pero no a las familias de las víctimas. Ellos hubiesen preferido el Campeonato de la Copa Sudamericana y celebrarlo con su equipo en su ciudad, no un cabezazo del cabezón. Lo trata como si fuera un equipo pobre y pequeño, necesitado de las dedicatorias del Madrid: el Chape tiene goles en su memoria que valen todos los cabezazos de Ramos juntos.
Piensa quizá el Infeliz que alguien más allá del madridismo puede agradecer esa dedicatoria. El exceso de orgullo y la ceguera del éxito siguen haciendo mella en el twitter de Sergio, que ya no hay quien lo controle. Todavía recordamos aquel tuit animando a la selección española femenina de waterpolo meses después del partido, cuando el muchachote estaba viéndolo en diferido. Y es que era entonces y solo entonces cuando el partido tenía sentido, cuando sus santos y torpes mojones se pusieron a verlo, para pillar siesta. Ahora le pasa lo mismo, -llámenlo torpeza, inocencia, o tontuna contumaz-, pero va dedicando sus goles cual torero, como si el mundo entero tuviese que darle valor a sus cabezazos. Es posible que se lo devuelvan envuelto o que alguno le diga que deje de hacer el soplagaitas.
El Madrid siempre huele a machote, a épica, a héroe sudado, a arrestos de fin de partido, a espíritu de Juanito con Varón Dandy. De hecho sus seguidores se enorgullecen del coraje y su machirulidad. El cabezazo recordó a aquel que injustamente quitó su primera Champions al Atleti. Aquel recuerdo sigue emocionando a sus seguidores que alcanzan orgasmos, en su cama de matrimonio o en el frote de la soltería, evocando aquella noche de Lisboa.
El Barcelona, desde hace más de veinte y cinco años huele a poesía, a balón suave e hipnótico, a elegancia. Sí, mea colonia. Ese valor solo lo puso ayer Andrés Iniesta, y ni siquiera cuando salió pudo hacer abandonar la apatía a una defensa poco afortunada.
Los voceros de Madrid han elevado de nuevo a Sergio Ramos a Talismán Bendito. Lo sacarán en continua procesión de la Sexta a Cuatro, de A3 a la 1 y vuelta a su templo. Marca y As patrocinan la canonización. Este es el nivel.
Creo que ni uno ni otro, ni Barcelona ni Madrid están en su mejor momento. Esta Liga no se merece que estén ambos en cabeza, pero si el empate ha sido un demérito de ambos, el que encabecen la Liga es un demérito de todos los demás: el Atleti que tropieza con los pericos, el Villareal que se durmió en Butarque, o el Sevilla a quien abofeteó el Granada.
Pero hay un enorme rayo de esperanza: con un Modric en pleno esfuerzo, con Ronaldo en racha y con Ramos beatificado, el Madrid solo está a seis puntos. El Barça sufre con la Real, pierde con el Alavés y el Celta. Pero el Madrid lo hace con el Spórting y podemos asegurar que Valencia o Sevilla no van a ser plato de gusto. Esta Liga, a poco que se le pongan ganas, tiene que ser blaugrana.